La tele es la caja más sensacionalista, mentirosa e hipócrita de la historia, pero bien hecha nos puede parecer agradable, entretenida e incluso cómplice de nuestros momentos de soledad. Pero cuando la pantalla no se disfraza y no se maquilla como se debería, nos convertimos en televidentes de productos plastificados y sintéticos. Ejemplo de ello es el programa que vi anoche mientras cenaba, 'El jefe infiltrado' y que emite La Sexta cada jueves por la noche. La mecánica del programa consiste en infiltrar a los directivos de una cadena o marca conocida dentro de la plantilla para conocer en primera persona como realizan su trabajo y si siguen las normas establecidas en cada momento.
A decir verdad, la idea no está mal, pero es justo recordar que el formato es una adaptación de otro y que poco margen de innovación han evocado en ello.
Como otros programas de La Sexta, es un formato 'low cost', cámara en mano y protagonistas de calle con escenarios ya creados, como bares, restaurantes, comercios, plazas o despachos y que en resumen se acaba realizando un programa barato y que cosecha unas audiencias bastante aceptables de cara a los directivos del canal. Los colorantes y aditivos del programa fueron más que notorios, obviando la publicidad encubierta de todos y cada uno de los negocios que aparecen. Este jueves, por ejemplo, con una conocida cadena de montaditos y tapas, a los que les regalaron grandes y generosos planos de sus productos, establecimientos, logos e imagen corporativa. Así, no perdieron la oportunidad de poder explayarse y contar la buena y fabulosa filosofía del negocio y del que tanto alardearon durante la hora y poco de emisión.
La mecánica del programa
En mi opinión, creo que los empleados sí que cayeron en la trampa y siguieron a pies juntillas la mecánica del programa, pero por otro lado, Elvira Durand, directiva de Lizarran, que se mostró simpática y amable y que verdaderamente me lo pareció, supo jugar muy bien el papel de apoderada de la empresa. Mostró el lado más sensitivo, empático y cariñoso con sus empleados. Pero quizás un poco sobreactuada la parte final donde ella recibe a los empleados en las oficinas centrales de la cadena y premia a todos y a cada uno de los empleados con algo que los hará felices. En muchas ocasiones poco tienen que ver con el negocio, como lunas de miel, viajes para visitar a los familiares o cursos de inglés.
Mucho me temo y hablando desde el conocimiento, que es sospechoso que estas grandes cadenas se muestren tan cercanas y empáticas con todos y cada uno de sus empleados, preocupándose por sus situaciones personales y ayudándolos a que sigan haciendo sus tareas con las mejores de sus sonrisas. Y si es así, me resulta curioso y me encantaría trabajar en Lizarran a partir de mañana mismo.
En tiempos de crisis me gusta que existan programas que hablen de esos negocios más cercanos, pero si se hacen, me gustaría que fuese des de la máxima realidad y prudencia a vender algo que posiblemente no sea como se muestra.
Buen formato
Por último, me gusta del formato, y que se nos brinde la oportunidad de poner cara y nombre a esas personas que manejan esos negocios de proximidad y que todos conocemos. Por último, espero que por esta columna mis jefes me premien con un buen viaje para acabar de pasar un buen puente, pues al menos, los de Lizarran lo hacen…
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